lunes, 11 de noviembre de 2013

Domingo


I.

Estoy a salvo.

Pero allí fuera
hay cárceles de luz incorregible,
desiertos incontables, dunas de nada,
calendarios, cielos reversibles,
primaveras que se marchitan,
salvavidas que hacen aguas.

Allí fuera
hay calles que agonizan a deshora,
silencios con nombre propio y apellidos,
ángeles, ascensores que se demoran,
otoños que florecen:
                    acontece el olvido.

II.

Allí fuera 
el tedio es impuesto por decreto.
El toque de queda vació los confesionarios y
la gente salió en tromba a la calle 
en busca de ídolos –carece de importancia su talla
o condición– como 
una manada sucia y desordenada, como 
una última voluntad negada de antemano;
ídolos que pudieran cargar sus miserias mundanas
y purgarles de tan ignominiosa ofensa
como es haber aspirado a algo,
haber dudado de la fe que saben falsa,
haber soñado dos centímetros más de la cuenta
o, simplemente, haberse cagado en Dios,
todopoderoso, aún lleno de excremento.

III.

Y lo más terrible:
hay gente que se ama
por defecto
–gente,
tan solo– que coloniza los bancos de los parques
y dice ''te quiero'' como quien tira
pan duro a las palomas.

IV.

Y de repente vino el lunes
siempre (in)oportuno, sin que nadie lo llamara;
y no estalló, sino que vino
silencioso, taciturno,
traicionero,
mas aún así salvándonos
de tan funesta consecución horaria
como son los restos mortales de un día
ya enterrado,
ahogándonos en el frenesí
que supone no poder mirar
                                               para no ver.


                 Pero yo he visto:
     
estoy a salvo.


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