I.
Estoy a salvo.
Pero allí fuera
hay cárceles de luz
incorregible,
desiertos incontables,
dunas de nada,
calendarios, cielos reversibles,
primaveras que se
marchitan,
salvavidas que hacen
aguas.
Allí fuera
hay calles que
agonizan a deshora,
silencios con nombre
propio y apellidos,
ángeles, ascensores que se
demoran,
otoños que florecen:
acontece el olvido.
II.
Allí fuera
el tedio es impuesto por
decreto.
El toque de queda vació
los confesionarios y
la gente salió en tromba a la calle
en busca de ídolos –carece de importancia su
talla
o condición– como
una manada sucia y desordenada, como
una última voluntad negada de antemano;
ídolos que pudieran cargar sus miserias mundanas
y purgarles de tan
ignominiosa ofensa
como es haber aspirado a
algo,
haber dudado de la fe que
saben falsa,
haber soñado dos
centímetros más de la cuenta
o, simplemente, haberse
cagado en Dios,
todopoderoso, aún lleno de
excremento.
III.
Y lo más terrible:
hay gente que se ama
por defecto
–gente,
tan
solo– que coloniza los bancos de los parques
y dice ''te quiero'' como
quien tira
pan duro a las palomas.
IV.
Y de repente vino el lunes
siempre (in)oportuno, sin
que nadie lo llamara;
y no estalló, sino que
vino
silencioso, taciturno,
traicionero,
mas aún así salvándonos
de tan funesta consecución
horaria
como son los restos mortales de un día
ya enterrado,
ahogándonos en el frenesí
que supone no poder mirar
para no ver.
Pero yo he visto:
estoy a salvo.
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