sábado, 27 de junio de 2015

Nuestras raíces

Según mi personal experiencia del amor
—del buen amor, se entiende—
Amar consiste en algo así como hundir
las extremidades en la tierra fresca, fértil,
empreñarla de esperanza en el otro
y, con el otro, en la humanidad.

(No digo en el mundo,
digo en la humanidad conscientemente:
no como si algo abstracto nos salvara un día
—llámalo Dios o X, lo mismo es
cuando la creencia es inocua—
del caos al que los hombres nos sometemos;
digo en la humanidad:
en aquello que el otro tiene y yo desconozco
y que es, seguro, indispensable para mi alegría)

Allí, en la tierra,
fuimos a hundir nuestras raíces:
lo que somos, lo que seremos.

Por eso, aquella soledad terrible
que desprovee de motivos el corazón del hombre,
que conserva su fe
—nadie puede arrebatárnosla—
pero le arranca el objeto de su esperanza
y que comúnmente llamamos desamor
tiene, en realidad, otro nombre.

Se llama desarraigo.