lunes, 13 de junio de 2016

Instrucciones para un derrotista

A usted,
que sostiene que la vida
es no más que un asunto desgraciado
y la condición humana
algo miserable.

A usted, que vino al mundo
para sufrir plenamente y lamentarse,
para argumentar que la tierra
brinda tanto sepultura como consuelo,
para sostener que la alegría
es el síntoma esencial de los necios.
Usted –corríjame
si me equivoco–
dirá seguro que la conciencia
le conduce solo a lo fatal,
inevitablemente,
que sería hipócrita
ignorar la fatal certeza
que esconde la trama de los días.
Para usted, que no concibe
utopía alguna,
la esperanza debe ser una suerte
de minusvalía.

Olvida usted que un hombre
tiene la posibilidad de elegir,
de dignificar su existencia,
de dejar un rastro de amor
o alguna duda incluso:
                                
                         con eso basta.

Si no posee usted motivo alguno,
si está enteramente solo o pasa hambre,
no se hable más:
le comprendo y aquí tiene mi mano.
Pero tanto desasosiego por vocación
me parece –qué quiere que le diga–
casi un capricho.

Parece que algunos de ustedes mataron a Dios,
pero no han tenido aún el coraje
de ocupar su sitio.

Es por eso que a usted,
que sostiene que nada sirve y todo es vano
le digo:
            Sea consecuente.
            Muérase aquí mismo.

Muérase una vez tan solo
que valga por su vida.
Igual tiene razón
y la nada dice algo
de una existencia tan vacía.
Ya me lo confirmará luego
si es usted tan amable
y la muerte nos lo permite.

Pero si alarga una última conversación,
una última carcajada con los amigos
antes de arroparse apacible en su féretro,
querrá decir –tal vez– que intuye
que no es su muerte lo único
que usted posee con absoluta certeza
                                        sino su vida.
Así que viva.
                     Y no rechiste.


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