viernes, 16 de diciembre de 2016

Madrid

Esta ciudad es tan grande
que a veces uno se olvida
de uno mismo.

Pero siempre es divertido
verse desde fuera.
Reconocerse, de pronto,
entre el gentío.

Recordar mi nombre –y el tuyo,
que me acompaña irremediablemente–,
volver a colocar los ojos
en sus respectivas cuencas
–¿cuál era el izquierdo
y cuál el derecho?
Lo mismo da...–,
pensar quizá en mi madre
y llamarla y confesarle que estoy bien,
que como, que llevo abrigo,
que me sé feliz,
comedidamente.

Celebrar el encuentro,
tomar un café solo,
o con leche,
o en compañía.
Alegrarse francamente,
seguir el camino,
volver a perderse de vista.

Lo extraño no es coincidir
con un conocido cualquiera,
dar con un amigo de la infancia,
con familiares, notarios,
policías, albañiles.

En esta ciudad
tan inabarcablemente ajena,
lo curioso, lo inaudito
es ir y toparse
                      con uno mismo.



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